Estoy parado en la fila del banco. Es media mañana. El otoño
se siente, el sol es tibio y la brisa es fresca. No soporto usar barbijo. Uso
lentes y estos se me empañan. Escucho a la señora que está detrás de mí. Habla
por teléfono a los gritos. Esta consigo un nene de unos seis años. La señora lo
agarra del brazo y acerca a su cuerpo. El nene esta aburrido. Me mira. Está
triste. Me lo dicen sus ojos. Le sonrío tímidamente.
No puede ver que le sonrío. Ahora no tenemos rostros. Todos somos trozos de
tela. Bandidos o forajidos del lejano oeste. – estoy con miguel, en la fila del
banco. – dice su madre, mientras aprieta el hombre del pequeño. Él esta con la
cabeza agachada. La madre continúa hablando por teléfono. Se queja de la
cantidad de tarea que tiene que hacer. No entiende por qué no dejan de
molestar. ¿No saben, acaso, los maestros que ella tiene otras cosas que hacer? Se
queja de su hijo, de su comportamiento. No sabe cómo ayudarlo. Se porta cada
vez peor. No se concentra, le cuesta
copiar la tarea. Hojas y hojas de tarea en su cuadernito. Fue solo unas semanas
a la escuela. Ya no se debe acordar del nombre de su “señorita”. Pero la vieja gorda esa sigue enviando PDFs.
Nunca explica las clases. ¿Acaso no sabe que no tengo tiempo? La fila avanza
unos metros. Ella empuja al nene hacia adelante. Continúa con su charla telefónica.
Además, sabes lo que hizo el pendejo. Exclama. Yo no lo puedo creer. Se agarra
de la cabeza y mira al cielo. Parece ser sacado de una telenovela. Sigo
esperando mi turno para poder cobrar. Junta trocitos de jabón, dice la madre.
Los tiene escondidos debajo de la cama. Se mete ahí abajo y juega todo el día,
hace ruidos extraños. Al parecer son animales. ¿Podés creer, hizo animales de jabón?
La fila avanza, ya casi es mi turno. La miro con sobriedad, con mi rostro
cubierto. La miro con enojo. – Es un nene, es creativo y quiere jugar. –
acaricio la cabeza de Miguel, le sonrío aunque él no me vea y entro al cajero.
Cae el atardecer en estos primeros días de abril, un sol rojizo se posa sobre las montañas y unas esponjosas nubes a su alrededor lo rodean, como su fuesen unas mantas que cobijan a un niño antes de dormir. Estoy parado en el patio del frente tirando la yerba usada en la mañana. Hace unos minutos que me desperté. Duermo a des hora, como tarde, no tengo rutinas, es todo un gran domingo. Contemplo el paisaje, disfruto de la desolación. En donde vivo, no hay muchas casas alrededor. Es un barrio en crecimiento. Hay mucha gente humilde. Calle de tierra, terrenos amplios, animales de granja, perros callejeros, a 50 metros una chacra con maíz, son algunas de las cosas que componen el paisaje. Mis vecinos casi no existen, al menos no los veo o si los veo los ignoro. Estoy por entrar, estoy pensando en tomar mate, leer y escuchar música. Tengo que ponerme al día con mi trabajo, con mis tareas académicas, con mis pasatiempos. Esta cuarentena ha socavado en mi tiempo como si estuviese en pa...
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